Me gustaría contar sobre mi experiencia en una clínica de rehabilitación de drogadictos. En primer lugar, contaré algunos aspectos generales sobre las drogas y a continuación, escribiré de manera general sobre los casos tratados en la clínica en la que trabajo. Me gustaría adelantar que en esta clínica se tratan casos muy extremos: por ejemplo, la mayor parte de los pacientes han estado en la cárcel y han estado algún tiempo viviendo en la calle. Sus experiencias son muy duras y el éxito de la rehabilitación es, por desgracia, muy limitado. Estos no son los casos que se suelen tratar en una consulta de un gabinete psicológico, pero es otra de las facetas del consumo de drogas que también es interesante conocer. Pero primero, veamos alguna información general sobre las drogas.
El consumidor medio inicia su consumo a edades tempranas con cannabis. Posteriormente, comienza a consumir anfetaminas y drogas sintéticas, muchas veces de manera experimental. Las siguientes drogas que consume suelen ser cocaína y, por último, heroína. En algunos casos, pasa de las drogas sintéticas directamente a la heroína. En otros, no se llega al consumo de heroína. Llegados a grandes cantidades de sustancia, suele consumir las drogas de manera combinada: por ejemplo, cocaína para alcanzar un alto estado de activación y heroína para reducir los efectos.
Las cantidades de consumo van aumentando dado el efecto de habituación del cuerpo a las sustancias. Así, es necesaria una mayor cantidad de sustancia para alcanzar los mismos efectos.
Las drogas se podrían clasificar según sus efectos. Así, un primer tipo de drogas, como el cannabis o la heroína, genera sensaciones de relajación y bienestar. Estas drogas se suelen usar para la eliminación de recuerdos de experiencias negativas (como la violación de nuestros derechos; pérdida de algún ser querido; etc) y emociones y sensaciones negativas (insatisfacción con uno mismo; frustración; ansiedad y estrés etc). Gracias a los efectos químicos se consigue la eliminación de pensamientos, que en los consumidores típicos pueden ser “me siento solo”, “no valgo nada”, y las emociones negativas asociadas como soledad, tristeza o miedo.
Un segundo tipo de drogas (como las anfetaminas y la cocaína) generan sensación de euforia y de activación. Estas drogas son empleadas para la generación de sensaciones nuevas: es muy típico que estas drogas se consuman en fiestas para aumentar las emociones positivas ya existentes y llegar a la euforia. Estas drogas también se usan para mejorar el estado de ánimo. Otros consumidores toman anfetaminas para mantener altos niveles de actividad, como la laboral. En estos casos, los consumidores pueden llegar a dormir unas 6-10 horas por semana y el resto del tiempo lo dedican a trabajar y a encargarse de determinadas tareas, muchas veces para la pareja o la vida familiar (cuidado de los niños, de la casa y encargarse de los ingresos, con jornadas laborales interminables). Son muy típicas de los consumidores de esta droga creencias como “tengo que rendir al 120% para demostrar que los demás me importan”, “los deseos de los demás son más importantes que los míos”. A pesar de notar fatiga, siguen manteniendo el nivel de actividad ya que, de no hacerlo, generarían auto-reproches del tipo “soy un egoísta”, “si pienso en mí, nadie va a cuidar de mi familia, y yo soy el responsable” que les generan emociones negativas.
Como se puede comprobar, el consumo de drogas es una estrategia que se puede aprender hasta llegar a automatizarla. Por los efectos que puede conllevar (como se verá más adelante), es adecuado sustituirla por otro tipo de estrategias. Por ejemplo, en el caso de una persona que trabaja sin parar para demostrarse a sí mismo y a los demás que cuida de otros, sería conveniente trabajar su creencia y enseñarle a expresar sus propios deseos. De no hacerlo, el mantener los altos niveles de actividad, unido a la falta de sueño y a la ingesta de sustancias puede llevar a graves consecuencias para la salud. En el caso del consumo de cannabis para reducir la ansiedad, una estrategia alternativa sería la de emplear métodos de relajación y seguramente una interpretación alternativa de las situaciones generadoras de estrés. La ausencia de drogas puede hacer que la persona ya no sea capaz de afrontar situaciones sin su ayuda, además de ingerir, de nuevo, cada vez mayores cantidades de sustancia con los consecuentes efectos sobre el estado de salud.
Pasemos ahora a los pacientes que suelen realizar su terapia en clínicas de rehabilitación. En estas clínicas, los pacientes permanecen entre 3 y 9 meses en régimen de internos en la clínica con el objetivo de conocer las razones que les han llevado a iniciar y mantener el consumo de drogas y aprender a emplear estrategias alternativas al consumo ante los factores de riesgo. La clínica cumple, además, la función de proporcionar un contexto libre de drogas que supone el primer paso para la salida del círculo vicioso. Cuando sólo se conoce a gente relacionada con el consumo, los intentos por dejar de consumir fracasan en un alto porcentaje ya que se requiere tiempo para aprender y estabilizar las nuevas estrategias que favorezcan el no consumo. Hasta ese punto, disponer de drogas en el entorno al alcance de la mano hace casi imposible que el aprendizaje dé lugar.
En este tipo de clínicas es muy típico que el comienzo del consumo de sustancias ilegales se sitúe en edades más tempranas que la media. Las experiencias que han tenido estas personas suelen ser muy extremas: algunas han sido maltratadas físicamente o psicológicamente en sus familias, ya sea siendo acusadas de ser las culpables de un matrimonio roto o teniendo unos padres que no pasan apenas tiempo con ellas, desarrollando un sentimiento de abandono y soledad; otras han vivido en varios hogares de acogida y nunca han sido queridas; otras han sufrido abusos sexuales siendo muy jóvenes. En muchos otros casos los pacientes son hijos de drogadictos y han crecido en un vecindario en el que las drogas y la violencia están a la orden del día.
Lo que han aprendido estas personas es que no son queridas, que no son importantes, que todo lo que hagan o digan está mal, que la expresión de emociones es algo negativo, que la violencia es un método legítimo, que las drogas les hacen escapar de su entorno, que las drogas dan poder.
El inicio del consumo de drogas se ve muy facilitado por los factores anteriormente mencionados y se mantiene, como se ha explicado antes, por sus efectos, generando sensaciones positivas y eliminando negativas. Aquí se plantea la pregunta de la prevención: en algunos de los casos mencionados anteriormente, un niño no dispone de los recursos como para poder dejar a una familia de ese tipo o para introducir cambios. El consumir ha formado parte de su supervivencia y de adaptación al medio. Las consecuencias de no hacerlo podrían haber sido incluso peores.
En el caso de las drogas ilegales, el aumento de la cantidad de la sustancia para seguir percibiendo los efectos, hace que los consumidores empiezan a acumular deudas tras poco tiempo. Para poder seguir adquiriendo drogas y consumir, comienzan a realizar delitos si no disponen de otros medios para obtener medios económicos. Por ello, comienzan una espiral de criminalidad de la que resulta difícil salir. Hacer negocios con drogas genera mucho dinero en poco tiempo, pero implica muchos riesgos. En muchas ocasiones, el “trapicheo” se amplia a, por ejemplo, armas, prostitución etc. Se suele tener la imagen de drogadictos incapaces, que únicamente se dedican al consumo en sí, pero se trata muchas veces de gente que, por necesidad, ha aprendido a tener grandes habilidades y gran capacidad de influencia y poder.
Las personas dependientes al alcohol, al ser éste una sustancia legal, llevan a cabo muchos menos actos delictivos, a pesar de poder generar igualmente muchas pérdidas de dinero.
Entrando ya en el tratamiento a aplicar en estos casos, el lograr que estas personan dejen las drogas es, por un lado, cuestión de trabajar sobre la percepción que tienen de uno mismo, de la aceptación de determinadas experiencias llamémoslas traumáticas o del entrenamiento de nuevas habilidades. Muchos drogadictos han pasado años bajo el efecto de las drogas y han dedicado su vida en exclusiva a conseguir nueva. Por tanto, se trata de personas cuyo desarrollo de capacidades y habilidades se ha visto limitado al encontrarse en un estado físico alterado durante largos periodos. En muchos de los casos, hay que empezar con habilidades muy básicas, sobre todo en relación al control de impulsos y emociones.
El nivel de agresividad que se vive en estas clínicas es muy alto por la ausencia de aprendizaje en el manejo de emociones por parte de un gran porcentaje de pacientes. Por otro lado, en muchos casos, los pacientes han vivido experiencias traumáticas de las que nunca han hablado con nadie, por falta de recursos (ausencia de personas de confianza) o a causa de creencias mantenidas en el entorno (si muestro que algo me ha molestado soy débil). Aquí entra en juego el consumo: a través de las drogas las emociones se reducen. Los pacientes pueden pasar años sin sentir ningún tipo de emoción, ya que las drogas las silencian. De esta manera, no aprenden a manejar las emociones, e incluso no saben darles un nombre. No es raro que los pacientes comenten que “no sé lo que es sentir tristeza”, o “me siento vacío, no tengo nada dentro” o “noto cosas, pero no sé lo que es”. A estos pacientes hay que ayudarles a identificar y describir las emociones, algo que se suele aprender en etapas mucho más tempranas del desarrollo.
Una vez que se eliminan las drogas (ingresados en la clínica, se hacen controles de orina para asegurar la ausencia de consumo) y aparecen de nuevo los pensamientos y las emociones, los pacientes se enfrentan por primera vez a la necesidad de poner en marcha cualquier otra estrategia para reelaborar la información, excluyendo la del consumo. Resulta un proceso muy duro: el recuerdo de determinadas experiencias genera altos niveles de ansiedad y los pacientes se muestran irritables.
El tratamiento consiste, en segundo lugar, en un cambio de los valores. Un factor que hace muy difícil el lograr que una persona aprenda a vivir sin drogas es que muchas de ellas han llegado a manejar mucho dinero con la compraventa de drogas y asocian el valor de ellos mismos y de los demás con según la cantidad de posesiones que se tienen; o con una visión de las relaciones sociales muy funcional (por ejemplo, acuden a su pareja cuando desean mantener relaciones sexuales y pasan el resto del tiempo en cualquier sitio menos con la pareja; las personas son interesantes mientras se obtenga algo material de ellas, sino, no se pierde el tiempo con ella). La expresión de sentimientos o los pequeños placeres de la vida son aspectos desconocidos para muchos drogadictos dados el entorno en el que se mueven y los valores que se promueven. A causa de sus experiencias y a los valores en el mundo del consumo, la relación de cercanía personal es funcional, consideran que no se puede confiar en nadie, se recibe atención y reconocimiento social por conductas como la agresividad de “tipo duro”. Mostrar sentimientos es mostrar debilidad. Trabajar todos los días recibiendo un sueldo medio es una pérdida de tiempo pudiendo tener más dinero en menos tiempo y con menos esfuerzo. Tener sólo una pareja pudiendo disponer de varias y poder elegir es absurdo. Como nunca nadie se ha ocupado de ellos o les han tratado bien, ellos tampoco lo tienen que hacer con los demás. Quisiera recalcar, sin embargo, que no todos los drogadictos mantienen esas creencias. Muchos de ellos quieren dejar de sufrir, salir del círculo vicioso que suponen las drogas y la criminalidad, y buscan lo que cualquier ciudadano de a pie quisiera para él mismo: una familia, un trabajo y estar satisfecho con la vida que lleva, dejando las drogas a un lado.
Se trata de un trabajo muy laborioso que requiere tiempo y una gran capacidad de tolerancia a la frustración por parte de las personas que trabajamos con drogadictos. Sin embargo, es un proceso genial poder ver el progreso de algunas de estas personas, y ver cómo en un breve espacio de tiempo son capaces de mostrar otro tipo de creencias y comportamientos. Y aunque la tasa de éxito sea bastante baja (sólo entorno a un 8% de las personas que terminan la terapia no ha recaído un año después), cuando se consigue reintegrar a un pacientes en la sociedad la sensación de satisfacción es muy grande y anima a continuar.
Marina González Biber
Psicóloga, Equipo ERGO