Con frecuencia, a los psicólogos nos hacen preguntas del tipo “¿pero esto que me ocurre es normal?”, “¿esto le ocurre a más gente?”, “yo no soy normal”, etc. Etimológicamente, la palabra normal proviene del latín normalis, y significa: “lo que se encuentra en su estado natural, que sirve de norma o regla; de lo que por su naturaleza, forma o magnitud se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano.” Muy relacionada con esta definición, encontramos la de natural, palabra que también encuentra sus raíces en el latín naturalis y que nos indica “aquello relativo a la naturaleza o conforme a la calidad o la propiedad de las cosas”. Y luego están las ideas populares sobre la normalidad, las cuales suponen una especie de compendio entre las siguientes ideas: sano, bueno, correcto, aceptable, típico, promedio, adecuado, corriente, permisible, apropiado, etc.
Hay que tener en cuenta que no existen diferencias cualitativas entre la “conducta normal” y la “conducta anormal o problemática”, ya que las diferencias son de tipo cuantitativo (de grado) o contextuales (en función de si se dan en el momento o situación apropiados). Todos podemos tener determinadas manías, pensamientos más o menos recurrentes, hábitos más o menos prejudiciales, etc. La cuestión importante es en qué medida nos afectan en nuestro día a día, en función de la frecuencia, ocurrencia, intensidad, etc. de esas conductas. Asimismo, hay costumbres, hábitos o comportamientos que mientras que en una cultura pueden ser aceptados o incluso bien vistos, en otras no (por ejemplo, los Veda de Sri Lanka prohíben que un hombre hable con una mujer soltera, mientras que en otras culturas se ve como algo normal).
Por eso desde la Terapia de Conducta se defiende la necesidad de un estudio y tratamiento totalmente individualizados de cada caso en concreto. Dicho de otro modo, el planteamiento terapéutico ha de ser siempre coherente con el análisis funcional previo, siendo éste la mejor estrategia o herramienta que tenemos los psicólogos para planificar y guiar la intervención asegurándonos el éxito, pues nos indica paso a paso qué variables manejar. Es preciso, pues, saber diseñar el programa de intervención apropiado a cada caso, en función de la naturaleza del problema, el análisis funcional, los recursos y las limitaciones operativas. Es decir, hay que saber elegir y aplicar las estrategias adecuadas (de evaluación o de intervención) para conseguir los objetivos marcados para cada caso en concreto.
Gala Almazán Antón
Psicóloga, Equipo ERGO
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